Colchonero
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Español
Hace algunos años (tampoco muchos), en un pequeño país llamado Uruguay, vino al mundo el ser extrañamente angelical que aquí conocemos, tras sus múltiples reencarnaciones, como Duvija.
Tan angelical es que, a medida que creció, agarrada siempre a un pelapapas, ese pequeño país llamado Uruguay fue sumiéndose en una extraña depresión colectiva: millones de vacas se suicidaban arrojándose al mar y otros millones emprendían una lenta migración, que era en rigor una huida, hacia Brasil y Argentina; los defensas centrales uruguayos, esa subraza conocida en todo el mundo por su bonhomía y elegancia, se transformaron de pronto en matones mal encarados perseguidos por Interpol en medio mundo; hay quien dice, incluso, que los militares urdieron el golpe de Estado sólo para librarse de ella y poder enviarla al exilio. “No queríamos hacerlo” –declaró compungido uno de aquellos gorilas años después– “pero éste es un país pequeño, nos conocemos todos y ya no podíamos soportar más a esa atorranta”.
En todo caso, lo consiguieron y nuestra Duvija, sin soltar jamás su pelapapas, marchó a los Estados Unidos, gran país que desde ese mismo momento inició un rápido declive hacia la crisis económica, la enseñanza del creacionismo y una angustia existencial generalizada. No por casualidad fue a parar a Chicago, ciudad famosa por sus altos índices de delincuencia que, a partir de entonces, aumentaron exponencialmente. En un libro autobiográfico de próxima aparición, Barak Obama confiesa: “Yo nunca quise ser presidente, pero tenía que escapar de Chicago como fuese. Había allí una chiflada uruguaya… Pensé que si me nombraban presidente, al menos el Servicio Secreto me protegería”.
Todo eso, y mucho más, podría decirse de Duvija, que ha alcanzado en este convento la asombrosa cifra de 10.000 mensajes. Lo más increíble, sin embargo, no es la cifra en sí, sino el hecho de que casi siempre acierta (y cuando no lo hace es porque todavía no comprendemos que lo ha hecho) y de que siempre consigue aparentar que sabe mucho menos de lo que en realidad sabe.
Díganme si nuestra Duvi, esa criatura extrañamente angelical, no merece un homenaje como es debido.
Tan angelical es que, a medida que creció, agarrada siempre a un pelapapas, ese pequeño país llamado Uruguay fue sumiéndose en una extraña depresión colectiva: millones de vacas se suicidaban arrojándose al mar y otros millones emprendían una lenta migración, que era en rigor una huida, hacia Brasil y Argentina; los defensas centrales uruguayos, esa subraza conocida en todo el mundo por su bonhomía y elegancia, se transformaron de pronto en matones mal encarados perseguidos por Interpol en medio mundo; hay quien dice, incluso, que los militares urdieron el golpe de Estado sólo para librarse de ella y poder enviarla al exilio. “No queríamos hacerlo” –declaró compungido uno de aquellos gorilas años después– “pero éste es un país pequeño, nos conocemos todos y ya no podíamos soportar más a esa atorranta”.
En todo caso, lo consiguieron y nuestra Duvija, sin soltar jamás su pelapapas, marchó a los Estados Unidos, gran país que desde ese mismo momento inició un rápido declive hacia la crisis económica, la enseñanza del creacionismo y una angustia existencial generalizada. No por casualidad fue a parar a Chicago, ciudad famosa por sus altos índices de delincuencia que, a partir de entonces, aumentaron exponencialmente. En un libro autobiográfico de próxima aparición, Barak Obama confiesa: “Yo nunca quise ser presidente, pero tenía que escapar de Chicago como fuese. Había allí una chiflada uruguaya… Pensé que si me nombraban presidente, al menos el Servicio Secreto me protegería”.
Todo eso, y mucho más, podría decirse de Duvija, que ha alcanzado en este convento la asombrosa cifra de 10.000 mensajes. Lo más increíble, sin embargo, no es la cifra en sí, sino el hecho de que casi siempre acierta (y cuando no lo hace es porque todavía no comprendemos que lo ha hecho) y de que siempre consigue aparentar que sabe mucho menos de lo que en realidad sabe.
Díganme si nuestra Duvi, esa criatura extrañamente angelical, no merece un homenaje como es debido.